Cuán
difícil resulta escribir de bienestar, cuando mi país pasa por uno de sus
momentos más difíciles de vida republicana. Ya tenemos varios días de protestas,
donde ha habido heridos y algunas personas han perdido la vida. El hecho es que
en la medida que más difícil se nos hace hablar en positivo, es cuando más importante es. Todos están centrados en
los problemas y no logran conectarse con lo positivo. Vivir solo en lo negativo
nos conecta en una espiral de malestar que no sabemos dónde pueda llegar a
terminar.
Cuando
uno escribe desde el dolor suele suceder que las letras y frases se asocien con
tales emociones. Sin embargo, siempre podemos conectarnos desde el observador
de nosotros mismos que podemos llegar a ser, vernos escribiendo, y así aislarnos por un momento para poder
colocar en perspectiva nuestras emociones; cuando eso falle y nos afecte como
observador, podemos nuevamente colocarnos como el nuevo observador de éste
(nosotros), que ahora sufre y padece también. Este modelo de la acción y resultados, puede servir para
algunos, para re encontrar su propio centro y ser más objetivo en la
elaboración de juicios que derivadas del dolor, puedan surgir.
Fig. 1 Imagen elaboración propia basado en el modelo de Echeverría del observador
Si
bien es cierto al parecer, que las emociones son posteriores al pensamiento y a
la conversación interna, también es verdad que su aparición genera
pensamientos, que tienden a acciones que buscan tener algún resultado. Corremos
el riesgo, ya como manadas de personas en el dolor, actúen de forma
incontrolada, o no reflexiva. Y ocurre que todos vemos lo mismo, sentimos lo
mismo, pensamos lo mismo, y aunque haya alguien que como observador nos llame a
la cordura, lo llamemos incomprensivo. En estos momentos aciagos, es mejor
desarrollar la reflexión consciente como competencia latente que todos tenemos
y permitirnos estar con nosotros mismos pero ahora como observadores de
nuestros propios pensamientos y emociones. Los seres vivos acometen acciones y obtienen
resultados; el hombre, poseedor de la reflexión, puede observarse a sí mismo
actuando, lo que lo hace responsable de sus actos y en su propia libertad. Las
acciones colectivas acallan la reflexión individual lo que hace difícil romper
con la espiral basada en lo negativo donde solo existen acciones en la búsqueda
de resultados específicos.
Dice
Rafael Echeverría (Echeverría, sf), que la capacidad reflexiva del leguaje
humano nos convierte en seres abiertos a las experiencias de la conciencia y la
razón. Sin meterme en honduras
filosóficas, he recordado a Descartes con su “Cogito ergo sum”, que como fue
traducido dice que primero pensamos y luego aceptamos conscientemente nuestra
existencia. La palabra y el pensamiento interno es primero; ese es el gran
poder de la inteligencia humana. En
resumen, somos seres conscientes porque hemos podido reflexionar antes sobre
ello. “La conciencia y la razón son
tributarias de la capacidad reflexiva de los seres humanos” (Echeverría, SF).
En
la acción reflexiva, plantea Echeverría, existe temporalidad. Según el modelo
del observador, la acción conduce a un resultado. La reflexión en la acción nos
indica que como un proceso, podemos ser reflexivo antes de la acción, como si
fuese un insumo y luego al final de la acción como parte del producto
terminado. Aún más, plantea que podemos ser reflexivos durante la acción, lo que
hace el proceso mucho más importante. Siendo la reflexión, como mirarse en un
espejo, entonces no cabe dudas que podemos tener control sobre lo
que vamos accionando. Es allí donde la psicología positiva pudiera agregar un
factor al modelo. La conciencia reflexiva también puede buscar insumos en el
inventario de emociones positivas que hayamos desarrollado. La conciencia plena
de que somos seres corporales, emocionales y lingüísticos nos hace entender que
en la reflexión consciente y plena intervienen los tres ámbitos simultáneamente.
La corporalidad y la emocionalidad se verán afectados de cómo vaya siendo,
pensando y reflexionando. Las acciones negativas, y permanentes en el proceso
reflexivo nos conducirán a una espiral de malestar.
Se
puede ser justo, solicitar se respeten nuestros derechos, se puede
legalmente plantear nuestros ideales; lo
que no podemos perder es la capacidad individual reflexiva y consciente. Solo
así y en la fase primera de la reflexión previa a la acción es que podamos
incorporar las emociones positivas que se requieren, para no actuar desde la
arrogancia, la desesperación o la rabia, sino desde la bondad, el respeto y la
tolerancia.
El
dominio y el entendimiento de las instancias reflexivas y las emociones
positivas, y su práctica constante y deliberada nos conducirán al desarrollo de
la reflexión autónoma, ya no basada en la emoción del colectivo, sino desde
nuestra propia realidad y conciencia. Y si esto nos parece paradójico, siempre
podremos colocarnos nuevamente, como observador de nuestro propio proceso
transformador.
Por
último, dado el modelo reflexivo, siempre nos podemos ver reflexionando en la
acción a través de un proceso reflexivo y así consecuentemente cada vez que se
requiera ser objetivo. Mucha falta nos hace ahora, tener “dominio” sobre
nuestros dominios, (Emoción, corporalidad y lenguaje). Solo la reflexión en la acción
en conjunto con el uso de nuestras emociones positivas nos facilitará aproximarnos
a la paz y a la ambición de un mundo mejor, compartido y solidario.
Lecturas:
Echeverría, Rafael
(sf). Ciclo de la reflexión. Tomado por Indelser del Programa para la Formación
de Facilitadores y Coach, de Newfield Consulting del autor. Disponible en,
Investigado
en Febrero 2014
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