Mi país vive una situación única en el mundo y más, para ser
el país con las reservas de petróleo probadas más grandes del mundo. Tenemos
escasez de alimentos y medicinas, tenemos hiper inflación, inseguridad,
devaluación constante, y tenemos inestabilidad política. Muchos compatriotas en
el cansancio de la espera de una rectificación de las políticas económicas, han
decidido emigrar, medido esto con cifras alarmantes, que van desde los dos
millones, hasta los cuatro millones de personas. Muchos países latinoamericanos
han recibido a la diáspora, junto a los Estados Unidos de América y algunos
países de Europa.
Venezuela se formó en parte de una gran inmigración venida de España,
Portugal, Italia y en menor grado, de Alemania, los países bajos y de los
países árabes del mediterráneo. Luego vinieron de Colombia, Ecuador, Chile y
Perú. Hoy, sus hijos y nietos regresan a sus países de origen, en la búsqueda
de oportunidades, crecimiento profesional, seguridad física y beneficios
económicos. Hablar de cuatro millones en un país de 30, es hablar de ver
reducir la población en un 13%. Los que nos quedamos en el país, debemos
encontrarnos con las realidades, las oportunidades, en fin, en lo positivo que
hay, sobre todo si nos encontramos en cargos para gestionar el talento humano.
Gestionar talentos en situaciones extremas, nos hace
desarrollar nuevas miradas en función de poder apreciar lo que tenemos, en relación
a lo que vamos perdiendo. Casi a diario, es normal que la gente se despida de
sus compañeros, pues en algunos casos, lo deciden ya por cansancio, o porque
otras empresas de países hermanos, encuentran una oportunidad de hacerse de un
recurso ya formado, con experiencia y a salarios competitivos. En estas
condiciones nos toca acompañar a la gente que dice que se queda. Cada día se gana
menos por efecto de la inflación y la devaluación, y se debe compensar; sin
embargo en el control cambiario, se hace más difícil adquirir divisas para la
compra de la materia prima, para producir productos, que de cuando en vez son
regulados y se escapan de las posibilidades de producirlos a pérdidas.Las empresas así, sin producir, les acuesta acompañar a sus empleados en los ajustes. Es la
tormenta perfecta. No hay suficiente dinero para comprar las cosas muy caras, que ya no
están en anaqueles. Algunos afortunados, reciben remesas o productos venidos de
afuera.
En estas condiciones como ya dijimos, debemos procurar en la
medida de lo posible, que se logre conciliar el ambiente familiar y el de trabajo,
que se fomente la escucha como paliativo a la ansiedad, que se implementen
beneficios no monetarios en salud, comida y transporte y se desarrollen políticas
de promoción del bienestar bio-psico-social y espiritual, como manda la
legislación de salud internacional. No hacer nada, pensando que todos estamos
mal, es la peor decisión. En estos momentos los empleados no son solo nómina,
son personas en la lucha de proteger a su familia, de enviar al colegio a sus
hijos, de comer apropiadamente, y sin hablar del vestido y la diversión. La alta gerencia pienso, debería estar avocada a atender y escuchar requerimientos a diario, como parte de sus funciones.
El ocuparse de la gente es vital en las empresas de hoy en
día. He observado que con pocas cosas o acciones, pero frecuentes, planificadas y deliberadas
en pro de la salud del trabajador, se obtengan resultados de acompañamiento,
solidaridad y escucha plena en el compromiso de atender desde lo que mejor se
pueda, a sus grandes necesidades.
Ocuparse y ayudar en parte, a la preocupación que siente el trabajador, de llegar a la casa con las manos vacías, hace que sea más productivo, atento y comprometido con el trabajo. Las tormentas perfectas pasan, seguramente. Luego, podremos dar cátedra de cómo gestionar en la adversidad total, en el entendido que una de las responsabilidades mayores que tenemos los que gestionamos gente en la empresas, sea el desarrollo de la resiliencia, para poder salir fortalecido y acompañar a los otros en su crecimiento esperado y posterior. (También podemos enseñar a otros a ser resilientes)
Ocuparse y ayudar en parte, a la preocupación que siente el trabajador, de llegar a la casa con las manos vacías, hace que sea más productivo, atento y comprometido con el trabajo. Las tormentas perfectas pasan, seguramente. Luego, podremos dar cátedra de cómo gestionar en la adversidad total, en el entendido que una de las responsabilidades mayores que tenemos los que gestionamos gente en la empresas, sea el desarrollo de la resiliencia, para poder salir fortalecido y acompañar a los otros en su crecimiento esperado y posterior. (También podemos enseñar a otros a ser resilientes)
En la diáspora, las empresas se encuentran con un reto mayor:
el perder su conocimiento y su know how, al sustituirlo, (si consigue quién), por personas que aun no
hemos preparado o adiestrado. Uno de los grandes valores de los gerentes que
nos quedamos, además, viviendo en la misma realidad, es el adiestrar y
transferir lo más rápido posible, ya sea para no cometer errores, o para que un
día, no nos veamos trabajando en una empresa que ya no conocemos, con gente distinta y nuevos valores. Lo malo de todo es,
que los responsables de ver esta realidad, aun usen lentes de sol.
Alberto Lindner