domingo, agosto 15, 2010

Paradigmas de la infancia

En el almuerzo de hoy, mi joven sobrina sirvió una exquisita torta recién salida del horno; caliente y humeante, por supuesto. Tenía un helado ligero por encima. Más que dejar que mis sentidos se alegraran por medio de la vista y el olfato, vino a mi mente un pensamiento que se transformó en palabras:

¿Y no hace daño la torta caliente y hace que duela el estómago?

Y ella dijo: ¿Uhmm y quién dijo eso?”

Luego de una breve pausa y tras habérseme puesto un poco roja la cara por la vergüenza, dije:

“¿Es un paradigma? Entonces le pregunté a mi madre que estaba enfrente y que era quién me había transmitido ese concepto. Dijo no acordarse, que ya había pasado mucho tiempo y que ya no cocinaba.

Y así es, seguro que es un paradigma!. Pero de los felices, de aquellos que nos conectan con los recuerdos de la infancia, con las fragancias de mi abuela en su antigua casa de Maracaibo, con los olores del mango verde cociéndose en la paila, y emitiendo una suave fragancia endulzada con el azúcar derretido, o un poco de papelón tostado antes de recibir la harina para convertirse en torta negra.

Los paradigmas de la infancia, nos acompañan y ciertamente aunque ya no sigan siendo paradigmas, los dejamos fluir, pues nos conectan con los recuerdos perdidos y hacen que los recobremos, con un sabor agridulce, propio de los años perdidos, de la juventud que se va. Los paradigmas de la infancia son un legado que se respeta y que de alguna manera se debe transmitir, aunque ya San Nicolás no traiga los juguetes en noche buena, o llegue un conejo gigante a colocar huevos de chocolate debajo de un árbol, en el día de Pascua. No son mentiras; son paradigmas. (De los buenos).

Así también recuerdo a mi madre gritando por la ventana:

“-Alberto, no le jales el rabo al perro que le va a dar diarrea”. ¿Diarrea? ¿Qué tiene que ver el rabo con el aparato digestivo?

Con los años uno se va dando cuenta que los paradigmas de la infancia servían para modelar conductas y comportamientos. Sirven para entender que las tortas deben estar frías para que todos la podamos compartir, o que es malo jalarle la cola a un perro, no porque la vaya a dar diarrea, sino porque le hace daño.

Seguro mi sobrina, pensará en ello en algún momento y le diga a su hijo recién nacido cuando comience a crecer, que no le jale la cola a “Rocky” porque le dará diarrea. Seguro se quedará callada cuando lo diga, se sonrojará, y de seguro se dibujará una tenue sonrisa en su rostro, como de quién en sana complicidad, transfiere un secreto querido.

2 comentarios:

Manel Muntada dijo...

Seguro que tu sobrina sigue con la magia Alberto.
Este post despierta dulces recuerdos de infancia...

Facility manager dijo...

Gracias Manel:
Tus dos últimos escritos han sido de gran importancia para mi, en estos momentos.
Seguro que ella, seguirá con la magia
Alberto